viernes, 29 de agosto de 2025

AL LÍMITE

Usábamos los meses del año como apodos. Doce atracadores, doce pasamontañas, doce meses.

Todo estaba medido: entrada enérgica, disparos al aire, vigilante reducido, todo el mundo al suelo. Un guion mil veces repetido.

Julio, Agosto, Septiembre y Octubre vigilábamos las ventanas. Noviembre y Diciembre, la puerta. Febrero y Marzo cogían al director y se iban con él a abrir la caja fuerte. Enero, el jefe, les acompañaba; antes gritaba: «¡Abril, Mayo, Junio, al que se mueva le pegáis un tiro!».

Abril, Mayo y Junio eran tres tipos fornidos, tatuados y muy violentos, pero yo no podía dejar de ver a las tres pizpiretas sobrinitas de Daisy, la novia del Pato Donald.

lunes, 4 de agosto de 2025

RENCOR

—¡Estás muerto, hijo de puta!

Lo mejor que le puede pasar a uno sin desayunar es abrir la puerta de su casa y encontrarse a un gilipollas que se cree que está en una peli de pandilleros y le apunta con una pistola.

Aquel tipo estaba muy nervioso; le temblaba mucho la mano en la que llevaba el arma. Me puse frente a él y me acerqué hasta que el cañón casi me tocó el pecho.

—¡No te acerques más! ¡Te voy a matar!

—De acuerdo. Dispárame aquí entonces—. Me señalé el centro del esternón—. Así seguro que acabas conmigo enseguida.

—¡¡Estás loco??

—¿Estoy loco o estoy muerto? Decídete ya, pero, sobre todo, no grites, que me vas a alborotar a los vecinos. Mejor, entra en casa. ¿Café?

—No me tomas en serio. Como hace treinta años.

—¿Nos conocemos?

—¡Ni siquiera te acuerdas de mí!

No se dio ni cuenta: le di un manotazo y le quité la pistola. En una situación normal, de trabajo (luego les cuento), le habría pegado un tiro en la cabeza y a otra cosa. Pero ese fulano había picado mi curiosidad y eso le salvó la vida (y a mí me ahorró una limpieza no muy agradable, todo sea dicho).

—Pues no, la verdad es que no me acuerdo de ti.

—Me robaste la novia—. Los tipos tan posesivos con sus parejas no me gustan nada.

—Supongo que quieres decir que tu novia me prefirió a mí. Puede ser. Solía pasar —la verdad es que me tiré un poco el rollo; tampoco me pasaba tanto—. ¿Cuándo dices qué ocurrió eso?

—Hace treinta y dos años.

—Ha llovido desde entonces. ¿No crees que ya es momento de pasar a otra cosa?

Por más que le miraba, no conseguía acordarme de él. Claro que ni yo mismo me reconocía en fotos de aquella época.

—¿Cómo te llamas?

—Pedro. Pedro Martel. Mi novia se llamaba Martina.

Martina. Recordaba haber tenido una relación con una Martina hacía muchos años, pero no recordaba que tuviera un novio; en realidad, apenas la recordaba a ella. ¿Rubia, alta, muy guapa? Tal vez.

— Morena, bajita, muy guapa.

Pues no. ¡Mierda de memoria! Bueno, probablemente ella tampoco se acordaba de mí. Por lo visto, el único que se acordaba de los tres era aquel pirado que me quería matar.

—Cuéntame qué pasó.

—Era mi amor, mi novia desde los doce años. Nos queríamos. Llegaste tú, la hiciste reír un día y me dejó. Me llamó inmaduro—. Hay que reconocer que en eso no andaba desencaminada—. Luego os vi juntos. Os besabais.

Conciso, el tipo.

—Dame más detalles: ¿qué relación teníamos, por qué nos conocíamos? ¿O llegué, sin más, y te quité a la chica por la calle? —Eso no me parecía verosímil. Tengo mi atractivo, qué duda cabe, pero siempre he conquistado más por la palabra que por arrebatos físicos repentinos.

—Conocías a su madre. Te aprovechaste de tu edad para conquistarla.

De repente, me vino a la cabeza aquella historia. Desde luego, no era tan pedofílica como dejaban traslucir sus palabras: ella tendría dieciocho o diecinueve años y yo cuatro o cinco más, como mucho. No creo que aquello durara más allá de tres o cuatro semanas. Siempre me dio la impresión de que, más que enloquecer por mis huesos, lo que Martina hizo fue utilizarme para escapar de aquel menda. Visto lo visto, hizo bien.

—¿De dónde has sacado esta pistola?

—Me la ha pasado un colega—. Intentaba hablar como un mangui de cuando tenía dieciocho años. Quedaba bastante patético, sobre todo teniendo en cuenta que quien decía eso era un señor de unos cincuenta años con aspecto de señor de unos cincuenta años—. En realidad, el colega de un colega.

—Vamos, que no tienes ni idea de dónde ha salido. Espero que te haya costado una pasta.

—Qué va, un chollo. Me la han dejado tirada de precio.

Aquello mejoraba por momentos. Un chollo, decía el muy imbécil. Aquella pistola debía de haber matado a más gente que la gripe española.

—Deberías limpiarla bien y deshacerte de ella.

—¡Pero si la he comprado para matarte!

—Ya me matarás de otro modo, pero, hazme caso, tira la pistola al mar.

—¡No quiero!

Aquel tío era tonto. 

POSTERIDAD

Ayer tuve una conversación muy interesante con una amiga. Conocedora de mis ganas de transcender, de no caer en el olvido después de la muerte, de dejar algo para la posteridad, me aconsejó:

—Haz que te disequen.