lunes, 1 de septiembre de 2025

LA PLAZA

—¿Alguien quiere algo más? Me voy al baño.

Entré en el bar, pedí otra ronda y me comprimí para pasar entre las cajas de cascos y poder llegar al servicio. Con las bombillas rojas que ponían para que los yonquis no se chutaran no había forma de acertar. Me meé fuera, supongo, como todo el mundo.

Cuando salí, Pascual estaba contando una de sus batallitas. Ni me fijé en cuál era esta vez, porque ya me las conocía todas. El tío tenía gracia contando aventuras, conducía bien el interés hasta el clímax. Era muy entretenido escucharle y era capaz de mantener embobado a su auditorio durante ratos largos, pero el núcleo duro, sus tres amigos habituales, estábamos hartos de oírlas.

Dejé que hipnotizase a las dos compañeras de clase que hoy habían decidido salir con nosotros por primera vez, y me repantingué en la silla, mirando el panorama con la botella en la mano.

La plaza estaba concurrida a esa hora de la tarde, pero todavía se veían mesas libres en los bares. Marley andaba por ahí haciendo negocios, como siempre. No sé por qué le llamaban Marley, la verdad, si no vendía marihuana. Lo suyo eran las anfetas y el perico; también pasaba caballo a gente conocida, por lo visto, pero, según amigos heroinómanos, era caballo malo y caro. Llevaba su abrigo de cuero hasta las rodillas. Como de oficial de las SS. Debía de darle mucho calor, pero era su seña de identidad y no se lo quitaba ni en pleno verano.

«Por la esquina del viejo barrio lo vi pasar». Tenía a Pedro Navaja metido en la mollera desde el principio del verano. La Orquestra Plateria lo había convertido en un hit y llevaba tiempo sonando por todos lados. Pedro Navaja era casi de la familia para muchos de nosotros.

Pascual seguía con sus historias y tenía a las dos nuevas embelesadas. Era guapo, el cabrón, y sabía sacarse partido. Desde la fachada del bar de la esquina, la enorme camarera pin up pintada en la fachada del Rock’n Roll Café Bar le miraba sin creerse nada. Tenía mucho mundo aquella camarera.

VIERNES NOCHE

Corre. Va dando tumbos y se tambalea sobre los tacones. Son tacones muy finos, de sandalias de fiesta, aunque ya son las 12.30 del sábado. Lleva un vestido azul brillante, muy arrugado y con una enorme mancha parda en la falda, a la altura del pubis.

Es muy joven.  

Tropieza con algo. Se ha hecho daño en un pie y llora; en realidad, ya venía llorando, pero ahora se nota más. La gente se aparta. Está borracha, dice un señor. Efectivamente, está borracha, pero no sólo y no tanto.

Baja del bordillo. Un coche está a punto de arrollarla; la esquiva en el último momento. Otro reduce la velocidad hasta casi pararse, esperando a ver qué movimientos hace; la acompañante del conductor pone los seguros en las puertas. Ella titubea a un metro del morro, mirando fijamente al parabrisas, aunque, en realidad, a ellos no les ve.

Termina de cruzar la calle. No la han atropellado, después de todo, aunque lo mismo tampoco le hubiera importado demasiado.

viernes, 29 de agosto de 2025

AL LÍMITE

Usábamos los meses del año como apodos. Doce atracadores, doce pasamontañas, doce meses.

Todo estaba medido: entrada enérgica, disparos al aire, vigilante reducido, todo el mundo al suelo. Un guion mil veces repetido.

Julio, Agosto, Septiembre y Octubre vigilábamos las ventanas. Noviembre y Diciembre, la puerta. Febrero y Marzo cogían al director y se iban con él a abrir la caja fuerte. Enero, el jefe, les acompañaba; antes gritaba: «¡Abril, Mayo, Junio, al que se mueva le pegáis un tiro!».

Abril, Mayo y Junio eran tres tipos fornidos, tatuados y muy violentos, pero yo no podía dejar de ver a las tres pizpiretas sobrinitas de Daisy, la novia del Pato Donald.

lunes, 4 de agosto de 2025

RENCOR

—¡Estás muerto, hijo de puta!

Lo mejor que le puede pasar a uno sin desayunar es abrir la puerta de su casa y encontrarse a un gilipollas que se cree que está en una peli de pandilleros y le apunta con una pistola.

Aquel tipo estaba muy nervioso; le temblaba mucho la mano en la que llevaba el arma. Me puse frente a él y me acerqué hasta que el cañón casi me tocó el pecho.

—¡No te acerques más! ¡Te voy a matar!

—De acuerdo. Dispárame aquí entonces—. Me señalé el centro del esternón—. Así seguro que acabas conmigo enseguida.

—¡¡Estás loco??

—¿Estoy loco o estoy muerto? Decídete ya, pero, sobre todo, no grites, que me vas a alborotar a los vecinos. Mejor, entra en casa. ¿Café?

—No me tomas en serio. Como hace treinta años.

—¿Nos conocemos?

—¡Ni siquiera te acuerdas de mí!

No se dio ni cuenta: le di un manotazo y le quité la pistola. En una situación normal, de trabajo (luego les cuento), le habría pegado un tiro en la cabeza y a otra cosa. Pero ese fulano había picado mi curiosidad y eso le salvó la vida (y a mí me ahorró una limpieza no muy agradable, todo sea dicho).

—Pues no, la verdad es que no me acuerdo de ti.

—Me robaste la novia—. Los tipos tan posesivos con sus parejas no me gustan nada.

—Supongo que quieres decir que tu novia me prefirió a mí. Puede ser. Solía pasar —la verdad es que me tiré un poco el rollo; tampoco me pasaba tanto—. ¿Cuándo dices qué ocurrió eso?

—Hace treinta y dos años.

—Ha llovido desde entonces. ¿No crees que ya es momento de pasar a otra cosa?

Por más que le miraba, no conseguía acordarme de él. Claro que ni yo mismo me reconocía en fotos de aquella época.

—¿Cómo te llamas?

—Pedro. Pedro Martel. Mi novia se llamaba Martina.

Martina. Recordaba haber tenido una relación con una Martina hacía muchos años, pero no recordaba que tuviera un novio; en realidad, apenas la recordaba a ella. ¿Rubia, alta, muy guapa? Tal vez.

— Morena, bajita, muy guapa.

Pues no. ¡Mierda de memoria! Bueno, probablemente ella tampoco se acordaba de mí. Por lo visto, el único que se acordaba de los tres era aquel pirado que me quería matar.

—Cuéntame qué pasó.

—Era mi amor, mi novia desde los doce años. Nos queríamos. Llegaste tú, la hiciste reír un día y me dejó. Me llamó inmaduro—. Hay que reconocer que en eso no andaba desencaminada—. Luego os vi juntos. Os besabais.

Conciso, el tipo.

—Dame más detalles: ¿qué relación teníamos, por qué nos conocíamos? ¿O llegué, sin más, y te quité a la chica por la calle? —Eso no me parecía verosímil. Tengo mi atractivo, qué duda cabe, pero siempre he conquistado más por la palabra que por arrebatos físicos repentinos.

—Conocías a su madre. Te aprovechaste de tu edad para conquistarla.

De repente, me vino a la cabeza aquella historia. Desde luego, no era tan pedofílica como dejaban traslucir sus palabras: ella tendría dieciocho o diecinueve años y yo cuatro o cinco más, como mucho. No creo que aquello durara más allá de tres o cuatro semanas. Siempre me dio la impresión de que, más que enloquecer por mis huesos, lo que Martina hizo fue utilizarme para escapar de aquel menda. Visto lo visto, hizo bien.

—¿De dónde has sacado esta pistola?

—Me la ha pasado un colega—. Intentaba hablar como un mangui de cuando tenía dieciocho años. Quedaba bastante patético, sobre todo teniendo en cuenta que quien decía eso era un señor de unos cincuenta años con aspecto de señor de unos cincuenta años—. En realidad, el colega de un colega.

—Vamos, que no tienes ni idea de dónde ha salido. Espero que te haya costado una pasta.

—Qué va, un chollo. Me la han dejado tirada de precio.

Aquello mejoraba por momentos. Un chollo, decía el muy imbécil. Aquella pistola debía de haber matado a más gente que la gripe española.

—Deberías limpiarla bien y deshacerte de ella.

—¡Pero si la he comprado para matarte!

—Ya me matarás de otro modo, pero, hazme caso, tira la pistola al mar.

—¡No quiero!

Aquel tío era tonto. 

POSTERIDAD

Ayer tuve una conversación muy interesante con una amiga. Conocedora de mis ganas de transcender, de no caer en el olvido después de la muerte, de dejar algo para la posteridad, me aconsejó:

—Haz que te disequen.

jueves, 31 de julio de 2025

VENGANZA

 —¡Le inutilizó los frenos! ¿No lo entiendes? Por eso se mató.

—¡No me lo creo!¡Una puta mujer no sabe hacer eso! ¡Es imposible! —No sabrás hacerlo tú, imbécil. Pero para qué contarle lo de mi FP de mecánica y el disgusto que se llevó mi padre cuando me matriculé—. ¡Eres una zorra embustera! ¿No te bastó con la que te di anoche? ¡Te aseguro que esta es la última vez que me mientes!

La primera hostia me pilla de sorpresa.

Puedo esquivar la segunda y me escapo corriendo.

Me refugio en el garaje. Ahí no me buscará ahora. Se irá a dormir la mona y no usará el coche hasta las siete.

Tengo tiempo de sobra. Yo sí que te aseguro que es la última vez que me pegas.

jueves, 24 de julio de 2025

BUKAKE

Estoy muy nervioso. Me han invitado a una fiesta; hacía siglos que nadie me invitaba a nada.

Pero hay un problema. No he entendido bien y no sé si me han dicho que se trata de un guateque o de un bukake. Para un guateque tengo la ropa perfecta, pero ¿qué se pone uno para un bukake?

Además, entre nosotros: ¿qué es un bukake?