La historia de Sodoma es, cuando menos, curiosa. Y trágica, claro; también es trágica. Jehová, en un ataque desproporcionado de furia homófoba, destruye la ciudad con una lluvia de fuego y azufre por culpa de unas prácticas sexuales que no aprueba.
Sólo se salva Lot, que, pensamos, debía de tener buena relación
con el jefe. Sin embargo, cuando sus vecinos, muy excitados y, probablemente,
erectos, intentan llevarse con intenciones indecentes a los apuestos ángeles
que han venido para sacarlo de allí antes de que todo se vaya al carajo, a él
sólo se le ocurre entregar a la turba a sus dos hijas vírgenes para que se
calmen.
Lot demuestra ahí varias cosas:
1. Es un sujeto despreciable.
2. Tal vez sea cosa de los nervios del momento, pero no parece pensar con claridad: ¿de verdad piensa que va a calmar a una horda de homosexuales violentos, excitados y borrachos entregándoles a dos jovencitas en sustitución de los dos chulazos que tiene escondidos en casa?
Por otra parte, ¿no tenía Jehová algo trastocadas las
prioridades morales? Hagamos un ejercicio de empatía y pongámonos en su lugar
(seguro que es pecado intentar ponerse en el lugar de Dios). A ver: por un lado,
tengo una ciudad de juerga continua, en un perpetuo Día del Orgullo (algo
violento, tal vez, todo hay que decirlo, pero probablemente eso fuera el signo de
los tiempos), practicando sexo sin complejos; por otro, tengo un tipo cobarde
que no tiene escrúpulos en entregar a sus hijas a la turba para salvar el culo.
¿A quién castigo? Está claro, ¿no? Yo creé a los cagones, pero el sexo
homosexual no se me ocurrió.
Y luego está Gomorra.
Qué harían los ¿gomorritas, gomorreos? (pobre gente, ni siquiera sabemos cómo
se llamaban) para tener el mismo final que Sodoma. ¿Sexo con animales?
¿Fetichismo? ¿Exhibicionismo, tal vez? ¿Clismafilia? ¿O fue un lamentable daño
colateral? Pongámonos, de nuevo, en el lugar de Yahvé: ¡Uy! ¿He sido yo? De esto, ni una palabra a nadie.

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