—¡Sigo dando de comer a los niños! ¡Todavía soy capaz! ¿Qué dices ahora, eh, Carloff? —exclama agitando un brazo sin mano.
El
médico le mira de reojo mientras venda como puede lo poco que queda de su
pierna derecha.
Carloff,
propietario del circo que lleva su nombre, le contesta enojado:
—¡Eres
el domador más malo que conozco!

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