jueves, 31 de julio de 2025

VENGANZA

 —¡Le inutilizó los frenos! ¿No lo entiendes? Por eso se mató.

—¡No me lo creo!¡Una puta mujer no sabe hacer eso! ¡Es imposible! —No sabrás hacerlo tú, imbécil. Pero para qué contarle lo de mi FP de mecánica y el disgusto que se llevó mi padre cuando me matriculé—. ¡Eres una zorra embustera! ¿No te bastó con la que te di anoche? ¡Te aseguro que esta es la última vez que me mientes!

La primera hostia me pilla de sorpresa.

Puedo esquivar la segunda y me escapo corriendo.

Me refugio en el garaje. Ahí no me buscará ahora. Se irá a dormir la mona y no usará el coche hasta las siete.

Tengo tiempo de sobra. Yo sí que te aseguro que es la última vez que me pegas.

jueves, 24 de julio de 2025

BUKAKE

Estoy muy nervioso. Me han invitado a una fiesta; hacía siglos que nadie me invitaba a nada.

Pero hay un problema. No he entendido bien y no sé si me han dicho que se trata de un guateque o de un bukake. Para un guateque tengo la ropa perfecta, pero ¿qué se pone uno para un bukake?

Además, entre nosotros: ¿qué es un bukake?

DON'T FEED THE ANIMALS

 —¡Sigo dando de comer a los niños! ¡Todavía soy capaz! ¿Qué dices ahora, eh, Carloff? —exclama agitando un brazo sin mano.

El médico le mira de reojo mientras venda como puede lo poco que queda de su pierna derecha.

Carloff, propietario del circo que lleva su nombre, le contesta enojado:

—¡Eres el domador más malo que conozco!

miércoles, 23 de julio de 2025

BISTURÍ

 —El sistema de percepción del dolor de los bebés no está maduro. No sufren, no sienten nada. Para ellos es mucho peor la anestesia. ¡Bisturí!

El doctor López, cirujano pediátrico, 43 años, inicia la incisión en el centro del pecho, a lo largo del esternón. Carlitos, paciente, siete meses, abre de golpe sus ojos azules y le mira aterrado.

miércoles, 9 de julio de 2025

CURAS Y MONJAS

 No sé si se han fijado, pero cada vez se ven más curas por la calle. Curas de uniforme, quiero decir, con sotana o, al menos, con alzacuellos y camisa gris. De clergyman, como se decía antes. Por cierto, un traje elegante y resultón si tienes buena percha; y si eres cura, claro.

De particular debe de haber más, pero a ver quién los distingue. Antes era más fácil. En la época de los curas obreros iban todos con vaqueros de tergal, camisa de cuadritos y jersey marrón de cuello de pico… Bueno, en realidad muchos progres de la época iban también así. Las izquierdas no fueron un modelo de elegancia durante la transición, todo hay que decirlo. Los comunistas no; los comunistas llevaban corbata y traje ancho, como para esconder la Tokarev; los comunistas siempre han sido muy serios para esas cosas.

Estoy convencido de que entre algunos curas hay un movimiento reivindicativo, de orgullo curil, un soy cura, ¿y qué? También puede ser que cada vez haya menos y que los que queden sean los más convencidos. Y los más chulos. Y los más vendedores. Me explico. Al lado de mi trabajo hay una iglesia. El sacerdote que la regenta (¿se dice así?; yo diría que no) me saluda cuando nos cruzamos (no nos conocemos de nada; yo le distingo por el alzacuello) con una mezcla de, ya lo hemos dicho, soy cura y qué, con por qué no vienes a la casa de Dios que es también la tuya y ya verás qué bien nos lo pasamos que me produce escalofríos. Estoy convencido que se refiere a un disfrute puramente espiritual, pero, qué quieren que les diga, a estas alturas uno no está para que le seduzcan con caramelos místicos.

Por otra parte, qué me dicen de las monjas vestidas con la indumentaria propia de su condición. Y con los colores propios de su orden, claro; digo colores, aunque, en realidad, se trata de una paleta bastante breve: negro, blanco, gris o marrón. Mi madre era capaz de distinguir si eran carmelitas o franciscanas o benedictinas…; y eso que no era nada beata. Debía de ser consecuencia de su formación en un colegio religioso. Aunque, pensándolo bien, era un colegio religioso raro, el de las madres irlandesas; siempre las he imaginado bebiendo pintas de Guinness y escuchando blues. Tal vez por eso me caían simpáticas: sor Van Morrison. O sor Leopold Bloom. Ir al colegio debía de ser un continuo Bloomsday.

Se ven más monjas, decía. Muchas son latinoamericanas, jóvenes y vestidas de blanco, muy tropicales. Yo creo que ahí hay un poco de revancha: ¿no nos evangelizasteis a nosotros? Pues toma evangelización de vuelta. Donde las dan las toman: es el mercado de la fe, amigo.

OBJETS TROUVÉS

¿Por qué nos hace tanta ilusión encontrarnos cosas por la calle? No hablo de encontrarse un billete de 50 pavazos; entonces se comprende (y se marca uno unas cañas con los amigos, qué menos). Hablo de objetos absurdos que casi importan más por la connotación que por la denotación:

Un fajo de cromos de Vida y Color.

Una tuerca gorda.

Un llavero de la Guardia Civil.

Un zippo de los marines.

Una chaquetilla blanca de camarero ensangrentada (eso no mola nada, francamente, pero resulta un hallazgo singular, qué duda cabe).

Unos zapatos de tacón de aguja abandonados en un banco.

Un monóculo.

Un velo de novia (¿quién pierde el velo de novia? ¡Pésimos augurios!).

Una foto antigua de una pareja de aspecto rural y endomingado (en blanco y negro y con los bordes cortados en sierra).

Una caja de ingletes de madera.

Una máquina de afeitar Filomatic.

Una funda de violín (sin violín).

Una insignia de una asociación profesional de algún país con un idioma indescifrable.

Una navaja automática (¡mal rollo! ¿Algo que ver con la chaquetilla de camarero?).

Un mosquetón de acero inoxidable.

Un tiesto pequeño con un bonsai.

Un guante sin dedos.

Un tiesto grande con una palmera.

Un botijo.

Una tortuga disecada.

Una sortija de bisutería.

Un matasuegras.

Un plomo de pescar.

La cabeza de una muñeca.

Una zapatilla de ballet.

Un picaporte pintado de verde.

O lo que me he encontrado esta tarde, mientras paseaba al perro: un billete de un dólar, ablandado por el uso, con los pliegues marcados y con George Washington vigilando el uso que haces de él.

SODOMA Y GOMORRA

La historia de Sodoma es, cuando menos, curiosa. Y trágica, claro; también es trágica. Jehová, en un ataque desproporcionado de furia homófoba, destruye la ciudad con una lluvia de fuego y azufre por culpa de unas prácticas sexuales que no aprueba. 

Sólo se salva Lot, que, pensamos, debía de tener buena relación con el jefe. Sin embargo, cuando sus vecinos, muy excitados y, probablemente, erectos, intentan llevarse con intenciones indecentes a los apuestos ángeles que han venido para sacarlo de allí antes de que todo se vaya al carajo, a él sólo se le ocurre entregar a la turba a sus dos hijas vírgenes para que se calmen.

Lot demuestra ahí varias cosas:

1. Es un sujeto despreciable.

2. Tal vez sea cosa de los nervios del momento, pero no parece pensar con claridad: ¿de verdad piensa que va a calmar a una horda de homosexuales violentos, excitados y borrachos entregándoles a dos jovencitas en sustitución de los dos chulazos que tiene escondidos en casa?

Por otra parte, ¿no tenía Jehová algo trastocadas las prioridades morales? Hagamos un ejercicio de empatía y pongámonos en su lugar (seguro que es pecado intentar ponerse en el lugar de Dios). A ver: por un lado, tengo una ciudad de juerga continua, en un perpetuo Día del Orgullo (algo violento, tal vez, todo hay que decirlo, pero probablemente eso fuera el signo de los tiempos), practicando sexo sin complejos; por otro, tengo un tipo cobarde que no tiene escrúpulos en entregar a sus hijas a la turba para salvar el culo. ¿A quién castigo? Está claro, ¿no? Yo creé a los cagones, pero el sexo homosexual no se me ocurrió.

Y luego está Gomorra. Qué harían los ¿gomorritas, gomorreos? (pobre gente, ni siquiera sabemos cómo se llamaban) para tener el mismo final que Sodoma. ¿Sexo con animales? ¿Fetichismo? ¿Exhibicionismo, tal vez? ¿Clismafilia? ¿O fue un lamentable daño colateral? Pongámonos, de nuevo, en el lugar de Yahvé: ¡Uy! ¿He sido yo? De esto, ni una palabra a nadie.